domingo, 11 de diciembre de 2011

Competencia entre artistas, lo negativo de una integración


En fechas recientes tuve el gusto de encontrarme con Freddy Miranda en medio de la hermosura de la provincia patagónica de Puerto Madryn y con motivo del 9º Simposio Mundial de Música Coral que auspicia la IFCM (Internacional Federation for Choral Music) y que organizó muy acertadamente el gran Alejandro Daniel Garavano y su entrañable equipo. Freddy Miranda es un músico muy querido (y fácil de querer) por mucha gente, lo queremos porque, antes que otra cosa, es un hombre con enorme facilidad y proyección musical, posee un notable carisma, simpatía, buena disposición y, por si fuese poco, es dueño de una inteligencia de las buenas, de las que llevan a sus dueños a ser felices. Dentro de tan singular oportunidad Freddy y yo charlamos de muchos temas, hoy quiero referirme a uno en particular, pues lo considero interesante y, quizás, digno de que alguien por allí le dedique un poco de su interés, se trata de la competencia entre los artistas, los coros, entre los coralistas, los directores, compositores, arregladores y hasta de promotores.

La palabra competencia, de entrada tiene diferentes acepciones que conviene perfilar aquí en aras de una cabal comunicación, la primera de ellas se refiere a la capacidad y a la solvencia con que se lleve a cabo una determinada tarea, así, alguien puede decir, por ejemplo “El doctor goza de una gran competencia”; pero, si el doctor de mi ejemplo en lugar de gozar la competencia la enfrenta, nuestra palabra cambia de sentido y se refiere ahora a un tema de jerarquía, de pugna, de peso específico entre competidores y es allí donde encuentro la causa de mis palabras.

Es de mi competencia el tema (otra acepción) porque, en mi rutina musical, laboral y vivencial me encuentro con distintos casos que, por lo demás, a nadie le deben sorprender; me refiero al joven cantante que, en la etapa de la vida donde solemos construir una técnica para cantar, un andamiaje para crecer artística y musicalmente, un lapso en el que nuestros futuros criterios se siembran y se cuidan, aparece el inevitable tema de la comparación con los demás, con los compañeros de profesión y con las opiniones de quienes opinan (con o sin sentido o derecho, con o sin razón) del naciente artista y, con más frecuencia de la imaginable, sus derroteros se afectan para mal.

El tema me importa debido a que no son pocos quienes, al no resolver favorablemente la condición someramente descrita, actúan en contra de sí mismos, sufren, se apartan de la carrera y varios acaban por dejarla. Es una pena verdadera (no sólo en el caso del cantante de mi ejemplo) sino con cuantos estén involucrados en tareas artísticas musicales o de otros derroteros del arte.

Me atrevo, a reserva de mostrarme categórico (no es mi intención) a asegurar que la irrupción del concepto de competencia, que en el deporte es motor fundamental, en el arte es una gran mentira, es una moda generalizada y es un afán errado, puesto que todo ser humano es diferente, es dueño de elaborar y expresar conceptos de arte y es, por otra parte, el único responsable de decidir qué expresión artística le satisface y le permite conocerse mejor; así, cada vez más las sociedades toman con mayor naturalidad que en el cine norteamericano uno de los peores insultos sea la palabra “looser” (perdedor) como si la vida fuese únicamente una competencia y que en la vida real cada vez más la palabra y su significado encuentren mayor espacio. Es una pena que los seres humanos se alejen de motivos valederos para vivir y producir arte (que, junto con la ciencia y la tecnología, es el único contrapeso real de las desgracias actuales del mundo) por estar inmersos en una idea equivocada que, con forma de juicio, alguien sembró para tan infaustos y globales resultados.

Cantar, tocar, dirigir, componer, pintar, danzar, escribir, esculpir son necesidades de ida y vuelta (para aquél que provoca y para el que se ve reflejado en calidad de consumidor) no es un concurso, no hay valores específicos ni mensurables ni siquiera dentro de rubros claros como la afinación, la exactitud o las proporciones, el arte es otra cosa que, si bien no acaba de definirse con justicia, no ha de hacerlo en todo caso como una disciplina sujeta a ser calificada objetivamente.

Invitemos a los jóvenes y a los adultos, a los niños, a los viejos a abrevar del arte porque el alma de cada persona lo necesita y tiene el irrestricto derecho de elegir la mejor forma y dosis de arte que requiera para conocerse más, para descubrir el mundo con los ojos propios y sin la horrenda e inútil calificación que alguien haya manifestado al respecto, ayudemos a los artistas noveles a volar con libertad, aprendamos de ellos y crezcamos con ellos.

Gerardo Rábago
Director Coral de México

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